Tiempos de falacias

Daniel Perez
4 min readJun 3, 2022
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“Somos un diálogo”, escribía el poeta romántico Hölderlin, para expresar que la experiencia del mundo exterior, de las cosas, no está al margen de la vida interior. Siempre estamos hablando, así no lo hagamos en voz alta o con otras personas. Los diálogos más profundos de la vida acontecen en el interior de cada uno. En la comunicación exteriorizamos ese diálogo permanente que llevamos dentro. Es muy probable que, al mismo tiempo que usted está leyendo estas palabras, también se encuentre hablando consigo mismo.

Pensar, hablar y escribir son verbos que se relacionan con tres habilidades fundamentales de cada ser humano. Los medievales, dentro de su sistema educativo, denominaron con el nombre de trivium a las disciplinas que tenían como objetivo ayudar al ser humano a perfeccionar estas capacidades. Denominaron: lógica, al arte de pensar; gramática, al arte de escribir; y retórica, al arte de comunicarse bien en público. Perfeccionar el pensamiento y dominar las relaciones entre conceptos, juicios y raciocinios constituye el eje central de los discursos escritos o hablados.

La palabra es un instrumento esencial para construir la vida social. Sin embargo, cuando esta se falsea, no se logran crear lazos fuertes entre las personas. La palabra no solo tiene que ser clara, también tiene que ser veraz, justa y verdadera. Los seres humanos tenemos la capacidad de adornar nuestros discursos con palabras bonitas, pero que pueden resultar siendo falsas. Aún más, detrás de muchos discursos falsos, pero con apariencia de verdad, se esconde la intención de generar daño o dividir a las personas.

Cuando pensamos en un discurso, es probable que nos imaginemos la perorata de un político o la conferencia de un académico. Sin embargo, es bueno tener presente que un discurso es todo acto comunicativo que tiene como objetivo persuadir a una persona o grupo social acerca de algo. Esto significa que siempre estamos inmersos en una especie de rollo, donde lo que va a definir un buen discurso no es la duración, sino la efectividad. Pero es bueno aclarar que, además de persuasivo, el discurso debe ser veraz.

Los discursos se estructuran con base en razonamientos lógicos. Aunque también pueden estar apoyados en falacias: un tipo de argumento que tiene carácter persuasivo y que puede distraer o confundir al interlocutor, debido a que el mensaje expresado contiene ambigüedades y contradicciones que no se notan al instante. Frente a este tipo de mensajes incorrectos es importante estar atentos para desenmascarar el engaño que se esconde detrás de muchos discursos políticos y sociales.

Entre las falacias más comunes se encuentra la del falso dilema. Las posturas dicotómicas son bastante problemáticas porque tienden a generar polarización. Reducir un problema a un conflicto entre dos bandos opuestos no conduce a una solución. El pensamiento dicotómico polariza y no permite superar los problemas reales debido a que conduce a ignorar que existen puntos intermedios que no están supeditados a los extremos. Para hacer frente a este tipo de razonamientos hay que empezar por reconocer cuando un relato habla de separación y posiciones extremas, que no contempla puntos intermedios.

La tendencia a ver sólo lo negativo, a exagerar las cosas y sobreestimar las cifras es una consecuencia de los pensamientos dicotómicos. Es importante, ante todo, no dejarse impresionar por los discursos grandilocuentes y exagerados. Quienes viven enfrentados en todo momento es porque se han enfilado, incluso sin pensarlo, en bandos opuestos. Cada uno capitaliza el sentimiento de odio desde una perspectiva diferente. Los extremos dividen la sociedad. Nos cuesta comprender que el destino de la vida social y política no puede quedar prisionero de un discurso que tenga como premisa: “el que gane se queda con todo”. Siempre es posible encontrar nuevas vías para solucionar los problemas.

Las generalizaciones apresuradas, también forman parte de un argumento falaz. Hacer suposiciones a partir de muestras insuficientes conduce a conclusiones inadecuadas; aún más, cuando se confunde una anécdota personal con el estado del mundo. Si bien, las experiencias personales son válidas para las personas que las poseen, hay que reconocer que no son suficientes al momento de juzgar una realidad en su totalidad. Aunque es una realidad, muchas personas tendemos a deducir generalidades a partir de nuestras experiencias.

Ad hominem (contra la persona) es una falacia que surge cuando se ataca directamente a una persona, más no a sus ideas. Aunque los ataques personales sean mucho más mediáticos, en un debate lo que tiene peso son las ideas y los argumentos. Las personas son respetables, pero las ideas siempre serán debatibles.

Immanuel Kant, en su ensayo: ¿Qué es la Ilustración?, manifiesta que cada persona debería tener el valor de atreverse a pensar y a utilizar la propia razón. Esta invitación resuena a través de la necesidad imperiosa de desarrollar un pensamiento crítico y valorativo, que permita darles solidez a las ideas. En este sentido, debemos ser conscientes que cuando los argumentos tienen como base las creencias, las opiniones, las propias emociones, los indicios o las presunciones, siempre serán débiles.

Tener la razón y entender la razón son dos cosas diferentes. Cuando se lucha por tener la razón se genera división debido a que, en muchos casos, cuesta reconocer que el interlocutor también pueda tenerla. La razón es discursiva e intersubjetiva, por esto, estamos llamados a construir una sociedad sobre bases razonables.

Mientras sigamos hablando todos al mismo tiempo vamos a terminar gritándonos, más no comprendiéndonos. Los prejuicios enferman la comunicación y conducen a que tomemos las discusiones de manera personal. La clave está en entender la razón, porque cada persona tiene algo para decir y para aportar. Lo más importante no es tener la razón, sino que el diálogo, la conversación, nunca terminen.

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Daniel Perez

Educator. Writer. Passionate about the humanities, philosophy and the history of science, art, medicine, religions and literature.